Eremus, capítulo 8. Voces.

– ¿Qué dice?

– ¡SSSSSSSSsssssssssssssttttt!

El chico de la mochila y otro de los hombres tenían las orejas pegadas a un mismo walkie, mientras el primero intentaba captar la señal más clara ajustando el control de frecuencia. Llevaban así un par de horas, trasteando los walkies y apartando al perro, que reclamaba sus atenciones.

– ¿Qué dice?

– Cállate coño, déjame que lo pruebe…

– ¿Todavía estáis así? – era el otro gay el que hablaba. – Venga Pol, deja al niño con el juguete y ven a ayudarme con esto.

Pol, su pareja, masculló algo entre dientes sobre el carácter gratificante del matrimonio y se levantó para ayudar a su marido, que espetó:

– Yo sigo pensando que lo que teníais que hacer es probarlo en lo más alto de una loma.

– Ya estamos en lo alto de una loma, Ferrán.

– Vale, pero aquí cerca nada más que hay campo y mierdas de vaca.

– Y muertos.

Todos se giraron. Era ella, la chica de la mochila, desnuda de cintura para arriba, con una toalla sobre el hombro, que acababa de salir del baño. El perro llegó junto a ella, jadeando y moviendo animadamente el rabo.

– Ana… – dijo el chico – … ¿te preparo algo?

– Déjalo Teo. Estoy bien, en serio. Sólo es que… a veces me siento sola.

– No digas tonterías – dijo Teo, el chico de la mochila – estamos aquí todos y ya sabes que no vamos a dejar a nadie atrás.

– Por eso, Teo, me siento sola. Porque algún día, moriremos, y entonces ¿Qué haremos? ¿Nos dispararemos a la cabeza unos a otros? Me siento sola porque todo lo que tengo puede desaparecer muy rápido. Llevamos años juntos, sobreviviendo, pero ¿Hasta cuando va a seguir esto?

– Hasta que Dios quiera, Ana.

– A veces me pregunto si Dios sabe que estamos aquí.

– Claro – Teo se incorporó – Claro Ana, el lo sabe, el nos prueba con esta situación, seguro que si logramos contactar con la gente de la radio, descubriremos que nos tiene preparado Jesucristo, a ti, a mi, a todos nosotros…

Desde un extremo de la habitación, Pol y Ferrán se miraron.

– ¿Tu ves bien lo de la radio? – susurró Pol

– Hombre, si hay alguien, igual son mas y están mejor organizados.

– Pero Ferrán, nosotros solos nos las hemos apañado muy bien hasta ahora.

– Si, pero hemos tenido suerte. Encontrar un grupo mas numeroso, o menos, da igual, pero el hecho de encontrarnos con alguien haría que nos hiciésemos más fuertes y tuviésemos mas posibilidades.

– ¿Y tu crees que Dios nos tendrá algo guardado a nosotros, con lo maricones que somos?

– Eres una bicha, Pol – dijo Ferrán mientras reía por lo bajo.

– Calla guarra – concluyó Pol.

Más tarde, en el almuerzo, Teo hizo la propuesta.

– Vamos a ver, tenemos dos opciones: o seguimos el camino que llevábamos, a ver si en el oeste hay alguien, o nos desviamos un poco y vamos a la ciudad, a ver si allí la señal del walkie se recibe mejor.

– Yo creo que deberíamos ir a la ciudad – dijo Ferrán. – Si hay alguien, imagino que estará en la ciudad, o en los alrededores. Podemos ir probando por la ronda, a ver si captamos algo.

– Yo ya sabéis lo que digo. Como mejor estamos, es aquí guardaditos, y cuando se acabe la comida, o lleguen muchos muertos, nos vamos a otro lado y listo.

– ¿Y para qué? – era Teo el que hablaba – ¿Para acabar como la gente del autobús?

Un corto silencio fue roto por Ana.

– Tarde o temprano, acabaremos como los del autobús.

– Venga Ana, no empieces – Teo se levantó de la mesa, y era el que hablaba ahora – Estás con la depre, no piensas con claridad. Lo más lógico es que vayamos a la ciudad, y tu lo sabes.

Ana miró a Teo con dureza.

– Vete a la mierda, la depre la tendrás tu.

– Ana, no empieces.

– ¿Qué no empiece? ¿¡QUÉ NO EMPIECE!? Si no me hubieras convencido, no estaríamos aquí. – Ana empezó a gesticular cómicamente – “Tengamos un hijo, Ana, me da igual que el mundo sea un infierno lleno de muertos vivientes” ¡Soplapollas! Tuve un aborto, y mi hijo, nuestro hijo, nació muerto, pero noooo…. No podíamos incinerarlo… tu tuviste que enterrarlo… ¡Por tu culpa jamás olvidaré el llanto! ¡El revivió por tu culpa! ¡Por tu culpa no duermo, cabrón, por tu culpa tengo pesadillas y me dices que no empiece!

Teo apretaba los puños, en pie, al lado de la mesa.

– No fue mi culpa, Ana – susurró – no fue mi culpa…

– ¿Ah no? ¿Entonces de quien fue? ¿Fue Dios quien me folló y me dejó preñá?

– Ana – era Pol esta vez – que te estás pasando…

– Tu cállate, maricón – dijo Ana, totalmente fuera de sí – ¡Tu cállate, maricón!

Una bofetada cruzó la cara de Ana, tan fuerte que la tiró al suelo, arrastrando tras de sí parte de lo que había sobre el mantel del almuerzo.

Fue Teo quien la abofeteó. Ana sollozaba en el suelo, mientras que Pol y Ferrán estaban congelados en sus asientos. Teo, con una pavorosa tranquilidad que nunca antes había demostrado, dijo:

– Bueno, lo de Ana es una abstención. Así que vamos a la ciudad. Mañana nos ponemos en marcha. Esta noche cargamos el Mitsubishi, y mañana salimos. ¿Vale?

Obviamente, nadie se opuso, pero Pol y Ferrán se dieron la mano por debajo de la mesa, apretándosela.

El perro lamía las lágrimas de Ana.

Deja un comentario